BAFF 2010, 12
FESTIVAL DE CINEMA ASIATIC DE BARCELONA
Tercera
edición en mi caso. Este año he experimentado cierta
sensación, sobre todo en el cine Rex. A ver si me explico con un
ejemplo. En Barcelona hace muchos años que existe el metro, como
tantas otras cosas, o eventos antiguos. Uno no llega, y los estrena.
Otros lo hicieron mucho antes; y son los que pueden opinar de verdad.
Pero uno lleva cogiendo el metro pongamos que un año, y ya tiene
sus puntos de referencia. En tal o cual estación ha aumentado el
tráfico de gente; está más sucia, está en
obras, está cerrada, le han añadido más
cámaras o personal de seguridad, se ha hecho más o menos
popular por algo que nosotros no conocemos. Y resulta que
quizás, por mucho que pensemos que ahora es una estación
más segura, o peligrosa, o limpia, alguien con más
experiencia dirá todo lo contrario, que ahora es mucho mejor, o peor, que
hace años. Con el Baff ocurre lo mismo. Para mí es
estación de paso todos los años, aunque hayan sido
sólo cuatro viajes este (entre otras cosas por estar visitando a
unos amigos fuera de la ciudad). Este año, como digo, me he
encontrado con una masificación bastante molesta a la hora de
comprar entradas, no tanto al acudir a las salas. Abonos agotados a los
tres días de Festival ha sido algo nuevo para mí, pero
quizás sea lo normal. La sensación de no ver
después las salas a rebosar, como ha ocurrido en otras
ediciones, me ha hecho sentir algo parecido a la descolocación
espacio-temporal. No quisiera que el Baff se convirtiera en un
fenómeno indispensable para la marabunta aburrida de
barceloníes, un lugar de encuentro en el momento de comprar, de
hacer planes, de sugerir algo más allá del paseo
restaurantil, de la indispensable exposición de turno. Se acepta
la inquietud del universitario, del oficinista aburrido, del hostelero
cansado de lo cotidiano; pero, ¿qué decir de la masa
informe, educada, post-moderna, que forma colas, alienada en un
movimiento irresistible hacia todo lo que suene a cultura
oriental?
El cine
Oriental (o extremo Oriental, mejor dicho), está dirigido, en mi
humilde opinión, al descubrimiento del auténtico lado
oscuro del espectador Occidental. Delicias de Oriente, con venenos
incluidos, jugando con muchas ventajas temporales. Los efectos del cine
Occidental en los países de extremo Oriente ya fueron asimilados
décadas atrás por su población. Algunas mentiras
se las creyeron a pies juntillas, pero otras no. De la carroña
cultural que no creyeron es de lo que nos alimentamos hoy en día
los que vamos al Baff con ansias de sangre renovada (no con ganas
estéticas/adolescentes, al estilo Kawase Naomi, por poner un
ejemplo). Los organizadores hacen su trabajo, y muy bien, por cierto.
Llevan al mercado sus productos, y la gente elige las piezas. Lo que no
me gusta de este Baff, esto es lo que quería decir cuando he
empezado, es que no todas las películas del Festival son
igualmente válidas, muchas se contradicen entre ellas, y lo que
yo quiero hacer aquí, a pesar de que no me lea nadie, es una
llamada de atención: no todo el cine malayo, o filipino es
maravilloso, ni siquiera nos va a aportar algo, ni que decir del
coreano, o japonés. Quizás el único que se salve
sea el chino, por su esfuerzo humanista. Descartar del todo al bastardo
cine taiwanés; mucho ojito con la repetición incansable
de modelos del cine tailandés. Es difícil resumir, soy
consciente de que mis opiniones pueden sonar demasiado atrevidas,
generalizadoras. Pero yo al menos, cuando no hay Baff, me lo organizo
en casa, y le aseguro al lector que he consumido cine oriental como
para poder hablar con cierto criterio.
El Festival
debería servir para educar el criterio del público.
Comprar las naranjas en invierno, las fresas hacia Mayo. No comprar
porque sí. El cine Oriental es algo tan relativamente nuevo para
nosotros, pobres ignorantes venidos de un gris siglo XX (al menos en lo
que respecta a elección, y formatos de edición), que
deberíamos aprovechar el Baff como lugar de aprendizaje sobre un
buen pedazo de mundo, que es el mundo del Extremo Oriente. Aprender a
seleccionar, a elegir. Cuidado con los productos. Una vez comprado,
hacer un top-less mental en
plena sala, y asimilar lo que se pueda. En fin, no creo que haya tantos
enfermos (en cierto sentido, el que acude al cine del Extremo Oriente
está enfermo de su propia cultura) en esta ciudad como para que
se llenen las salas todos los días del BAFF (porque de hecho no
se llenan muchas veces), pero al parecer, sí los hay como para
que se agoten las entradas. En resumen, no me creo que haya tanta gente
que quiera ir a desnudarse a una sala de cine, o quizás es que
ya es lo suficientemente insensible, y no le importa, o ni se da cuenta
(y entonces hay que pensar que para el caso, sólo le
quedaría por descubrir el cine africano, o el del cercano
Oriente, el más doloroso del planeta, -por desconocido, y
molesto, más que nada-). Y habrá muchos que digan que no
tienen por qué desnudarse, solamente entretenerse, comiendo
palomitas, viendo rostros con los ojos rasgados. Muy bien. Os aconsejo
el cine taiwanés. Pero no me compréis todos las entradas
de películas como las de Kobayashi Masahiro, おねがいします. Porque
luego está muy mal achantarse, y no acudir.
Decía que
este año han sido cuatro las películas. La primera, una
coreana, un clásico, dicen, una de esas que por de pronto es
bien difícil de localizar, incluso hoy en día, por lo que
poder verla en una sala grande es ya un regalo, representa a todo un
Festival como el Baff. The
Housemaid, Hanyo, de 1960.
Casualmente, este año en Sitges se presenta un remake coreano de la
misma película (supongo que con más sexo y perversidad,
con menos sugerencia, -no hay que ser un genio para suponer esto-).
La
película describe cómo una chica entra a servir en una
casa, y en poco tiempo, seduce al marido y padre de familia,
ocasionando tales problemas que todo acaba en una monumental
sangría. Película que, aún con final moralizante,
demuestra extremas diferencias de lenguaje cinematográfico
comparándolo con el que se llevaba en Europa por la época
(por no hablar del disneyworld cuarentero yanki que duró tres
décadas por lo menos), diferencias que provienen directamente de
la realidad cultural de aquel país, por si alguien piensa
todavía que todo el buen cine oriental se basa en el clasicismo
de John Akira Kurosawa Ford. Del mismo año, por ejemplo, se me
viene a la cabeza ahora la película de Kaneto Shindo (el de
Onibaba), La Isla
Desnuda, un tipo de drama que nada tiene que ver con The Housemaid,
pero que, hoy en día, supone un atentado contra la integridad
cultural de cualquiera que se sienta en un sofá, un golpe al
fondo de nuestra mente, como lo es también la película
coreana. Y ambas son de 1960. Desde aquí, sólo puedo
pedir que se programe más cine de esta época, alejado,
eso sí, de entornos
históricos/épicos/propagandísticos.
La segunda
película del Festival fue Where Are You?, Wakaranai, ワカラナイ, del
tipo al que me refería antes, Kobayashi Masahiro, aún con
bastante sitio en la sala, afortunadamente, sesión de tarde,
viernes. La película, en sus primeros minutos, es una obra
maestra en lo que a descripción se refiere. Mi pasión por
los コンビニ、los pequeños supermercados de 24h japoneses es poco
entendible si no se ha visitado uno de ellos, y más, si es en
plena zona rural japonesa, sobre todo cuando hay hambre, o lluvia, o
aburrimiento, tres elementos bastante comunes, y normalmente
coétaneos, por cierto. El chaval protagonista trabaja en uno de
ellos, en unas lastimeras condiciones. De hecho, para alimentarse roba
en la propia tienda, y siempre lo mismo. Un pequeño bol de
plástico para prepararse un ramen, y un bollo con sabor a
melón (メロンパン). Excelente elección para una merienda,
pobre dieta diaria para un adolescente lleno de problemas. Su vida
consiste en una huida cotidiana, simbolizada en lo que es una barca a
la que acude a contemplar las calmas aguas de un lago.
Su madre
está enferma. No hay nadie que pague la factura del hospital. El
padre desaparecido, huido con otra. Ella muere. Al chaval se le cae el
pelo con lo que hace con el cuerpo. Huye a la ciudad, a Tokyo.
Subsistencia. Experimenta el rechazo, la sospecha. Al final, encuentra.
La segunda parte de la película me gusta menos, es más
predecible. La parte rural es
ambiciosa, genial, susurrante, diferente. La película no es tan
redonda como Ai No Yokan, The Rebirth, pero
mantiene a Kobayashi como el gran gurú social del Japón
moderno. Alejado de la cultura pop, consciente de ello, lucha por sus
propios puntos de vista, y si ya es difícil hacerlo en
Occidente, más en un país como Japón, en el que no
digo que no se haga cine social, sino que verlo aquí, en
Occidente, exportado a los ojos de los gaijines, es ya un logro en
sí mismo.
Escena-plano-secuencia-película-todo
La siguiente
película, coreana, fue Rough Cut, excelente
ejemplo de cine clásico americano, ejecutado con maestría
por las fenomenales industrias del cortar y pegar coreanas, que saben
cómo salpimentar lo que se ve, más que lo que se cocina.
Un gánster desea ser actor, a la vez que el actor se hace el
duro, por ser famosete y todo eso. El sentido del humor coreano nos
parece fresco, es como el de la Hepburn, Katherine, en sus buenos
momentos, atractivo, fresco, algo altisonante, pero ciertamente
mentiroso. Hay que decir que la película está muy bien
rodada, tiene sus dosis de
acción, de encanto, de lustre. Y es que dos ojos rasgados, con
chaqueta
de cuero, cigarrillos, woks repletos de kimuchi bañados en sake,
arquitectura moderna,
etc... dan para entretener un rato. En fin.
La cuarta y
última película tiene algo de especial en mi caso. Se
trata de una adaptación de un relato de Dazai Osamu, el gran
escritor de la post-guerra japonesa, el más querido, el
más vivo, el más real. Aún hoy en día, se
sacan ediciones de su obra en castellano, con la intención de
dárselas de pioneros los editores, robando traducciones, y
encima como si todos tuviéramos que descubrirlo, y no creo que
ya sea tan desconocido por el público algo inquieto. Yo, al
menos, hice mi aporte, aquí: Osamu
Dazai. Dazai es una especie de Bécquer a la española,
bien que nadie lo lea, pero en algo se le conoce. Sacarse los euros con
ediciones engañosas de Dazai es ruin, y muy bajo. La
película en sí es un nuevo tour de force japonés por
mostrarnos lo medianamente bien que vivían los japoneses de la
época pre, super y post-bélica, es decir, con decorados
fastuosos, kimonos encantadores, y el tranquilizante fluir del sake,
aún aparentando estrecheces. Es decir, partiendo de una puesta
en escena demasiado opulenta, se intenta describir la miseria y el
hastío de la vida, truco cinematográfico que los
japoneses han mamado con constancia del cine cuarentón
americano, en el que la miseria se medía por la falta del
whisky, valiente indicador, ¡por Dios! Nadie sabe nada de
cómo se cultivaba la soja.
La
película, Villon´s
Wife, Viyon No Tsuma, narra cómo Asano Tadanobu se
larga con su amante, el básico y eterno guión de
película japonesa, devanea con el suicidio, vuelve con su mujer
e hijo, se escapa de nuevo, se supone que escribe, etc... El
inconsciente colectivo japonés, como el de cualquier otro pueblo
moderno, tiene la fea manía de arramplar con manos y pies la
gloria del que fue pobre y se las vió y deseó para
sobrevivir, como el caso de Dazai, olvidándose del hecho de
siempre: en vida, nadie ayuda a un vagabundo alcohólico suicida,
por muchas maneras que se apunten en su escritura. Por cierto, con la
venida del bloggerismo, y la desaparición de la litertura
publicada en diarios, o revistas populares, el reparto de maneras que
se apuntan por todos es tan democrático, que a su vez, la gloria
está tan atomizada, que ya huelo, mientras escribo, las gotitas
de perfume que nos tocarán de premio a los que nos encerramos en
casa un domingo por la tarde para escribir sobre el Baff.
Tadanobu, el
chico bueno del cine japonés hace un buen papel, al igual que
Takako Matsu, guapa actriz, que en Sitges 2010 aparece como profesora
de niños malos en Kokuhaku, Confessions,
película que promete lo suyo, lástima de no poder haberla
visto. Villon´s Wife es un producto mediano, que aporta
detalles, pero que se queda en una experiencia más
estética que otra cosa. Ideal como introducción al cine
japonés, eso sí.
En fin, otro
año nos vemos en el Baff, y ya será la cuarta cita.
Muchas gracias a todos los responsables, organizadores y voluntarios
del Baff. Imprescindible.