Esta página está
dedicada al cine negro japonés. Las 12 películas
de las
que se escribe aquí han sido proyectadas en el 56 Festival
Internacional de Cine de San Sebastián. Por
razones que no
vienen al caso, el autor de esta página no pudo visionar
más. Se hizo lo que se pudo. La ocasión lo
merecía
de sobra. El ciclo (de 43 filmes) era de los que había que
ver
prácticamente entero... Pasemos a ello.
Una
teoría sin sentido
antes
El cartel del ciclo dice más de lo que podría
parecer a
primera vista del país. Los dos trajes, uno más
elegante
que el otro, un tipo dominante, el otro con el sombrero bajo mano,
fumando, con cara de estar agotado. La chica, debajo, agachada, a la
espera de que se decida algo. Como ya se ha escrito tanto sobre el cine
negro, no voy a empezar a hablar del humo del tabaco y otros detalles.
Me interesa más el país y lo que se
vivió y vive
en él en estos momentos.
Tengo que separar radicalmente lo que es yakuza, [8 ya(tsu), 9 k(y)u, 3
sa(n), uno de los cientos de juegos de palabras y números de
los
que tanto gustan los japoneses], de lo que es trama negra y de lo que
son historias que siempre acaban mal para alguna de las partes.
¿Por qué escribo esto? Porque las
películas que
entran en un cerrado perfil de yakuza no se han llegado a ver en este
ciclo. Por lo menos si el "Dead Or Alive" de Miike es la
yakuza a
los finales de los 90 como las películas de Fukasaku a los
60.
Hay un equilibrio extraño (para los
occidentales) en
Japón. Sólo los japoneses pueden entenderlo.
¡Oh
mierda! ¡Kuso! pienso yo ahora mismo. Me siento incapaz de
explicarlo bien. Con la frase de "sólo los japoneses pueden
entenderlo" estoy fomentando lo que precisamente ellos siempre han
querido: la salvaguarda de su patrimonio nacional, esto es, su
inconsciente colectivo.
Sin embargo lo voy a intentar. A fin de cuentas escribo para
mí
mismo. En este país uno con la debida buena (o mala) suerte
puede conocer a alguien que ha estado en la cárcel, se
dedica al
narcotráfico, a la trata de blancas, al lavado de dinero
sucio,
etc... actividades en general desarrolladas por mafiosos. Supongo que
pasa lo mismo en Gran Bretaña, en Argentina, en China o en
Estados Unidos. Por supuesto que puede pasar también en
Japón. También uno puede sentir ciertas
simpatías
por alguno de estos tipos, en cualquier lugar del mundo. O se puede
llegar a enamorar. Hacer una nueva vida y este tipo de asuntos. Ya
entramos en los terrenos de la ficción
novelística o
cinematográfica. Arquetipos como el de Robin Hood existen en
todos los sitios. Cada cultura produce los suyos.
¿Es Robin Hood ficción? ¿De verdad
existió?
Seguro que alguien de sus características sí.
Estoy
convencido de que en Japón los hubo también.
¿Qué tiene en común RH con la yakuza?
Que su
autenticidad no es comprobable al 100%. Es como echar un grano de
azúcar en un vaso de agua e intentar rescatarlo pasados unos
minutos. Se ha diluído. El azúcar sigue
existiendo por
algún sitio, pero ya es impalpable. Más tarde un
artista
repite el proceso, echa otro grano, lo graba con su cámara,
o lo
describe minuciosamente con su pincel, cincel o pluma y así,
nos
puede demostrar el hecho de que alguna vez el azúcar se pudo
llegar a tocar. Esto es ficción.
Así, podemos estar seguros de que en la sociedad japonesa
hay
mucho azúcar diluído, pero no conocemos su
origen. Por
ahí está la esencia de RH, o la esencia del
yakuza si se
quiere. Pero ya es imposible saber cómo nació.
Las
reconstrucciones en forma de películas, en general, nos
entretienen. En el caso del cine japonés, en concreto, se
reconstruye, pero no entretiene. En mi caso por lo menos no ocurre
esto. Por supuesto que me entretiene, pero hay algo más; hay
una
disolución de costumbres, y códigos desconocidos,
y
enigmas en general, que no me dejan tranquilo al terminar de ver una
película japonesa. Por esto, la importancia de este ciclo de
cine negro japonés.
Es esta doble vertiente de realidad y ficción la que me
desasosiega. Puedo quedarme tranquilo en el campo de la
ficción,
porque las peliculas se comprenden casi siempre bien. Quedan resquicios
por ahí y hay que vivir con ellos. En el campo de la
realidad,
me siento perdido. Es posible que el artista hubiera querido dar una
imagen lo más cercana posible a la realidad desde su propia
realidad. O quizás simplemente le haya apatecido jugar con
una
serie de elementos y crearse un mundo propio, ficticio. En cualquiera
de los dos casos, se produce un fracaso. En el primero, el solapamiento
de las dos realidades, ambas desconocidas, hacen que sea imposible
sacar conclusiones acerca de la existencia real de RH. En el segundo,
podemos dar por hecho que existe, pero siempre con la mosca
detrás de la oreja. Esta mosca es la pregunta:
¿será ficción o realidad?
De todas maneras, hoy en día, pocos japoneses
darían un
duro por intentar entenderme. Ni siquiera lo hacen por ver
películas de yakuzas. A los directores los tienen primero
que
sacar del país, y pasearlos por el mundo para que entiendan
que
el interés por su ficción vive fuera de
Japón. El
interés por su realidad, desgraciadamente, está
abocada a
cierto tipo de personas, entre las que me incluyo, cuyo pasaporte no es
japonés, porque los que tienen pasaporte japonés ya
conocen la realidad y no ven
este tipo de películas.
Mientras, ahora mismo, estoy convencido de que allí sigue
alguien rodando su película de yakuzas. Para yakuzas. Esos
sí que saben.
Espero que me haya explicado bien, y si no, no pasa nada. Paso a
comentar las películas.
El orden de las películas es tal como las vi en el Festival.
Kyatsu o
nigasuna (I Saw The Killer)
1956, blanco y negro, Toho, 94´
Director: Hideo Suzuki
Tras tomar un café con Amatxogore, experto en diversas materias
niponas, empezamos los dos a ver esta historia sin grandes
expectativas. Trenes casi tocando la cámara pasan por la
pantalla; así se abre esta hitchcockiana película. Las
panorámicas introductorias poco a poco nos llevan a una
pequeña tienda de reparación de radios. Una pareja
intenta salir adelante: él con sus chapuzas eléctricas,
ella con sus arreglos de costura. No parecen pasarlo especialmente mal,
aunque sea una época de esmirriadas abundancias. Los dos quedan
en verse a las ocho menos cuarto en el cine. Él debería
terminar a las siete su trabajo (no está mal el horario de todas
maneras), pero un niño vecino le hace un encargo de
última hora. Debe arreglar una radio ipso facto porque su padre
quiere escuchar un combate de boxeo. Son los nuevos tiempos. La
situación planteada no es desde luego muy diferente de cualquier
otra que se pueda plantear en algún barrio de Nueva York, o de
París. Lo que ocurre a continuación es que el chapuzas se
da cuenta de que hay un hombre que espera fuera de su tienda, con
ademanes de lo más sospechosos. Al día siguiente la
policía les hace saber que ha habido un asesinato en la tienda
de enfrente, etc, etc… Suzuki rueda una historia sencilla, pero
que no deja al espectador de hoy en día sin dejar de atender a
la pantalla. Película pequeña si se quiere, pero muy
digna.
Moetsukita
chizu (A Ruined Map)
1968, color,Katsu Productions, 115´
Director: Hiroshi Teshigahara
Novela y guión: Kôbô Abe
Esta es una gran
película. Cine “de autor”, de intelectuales, o
llámenlo como quieran. Me da absolutamente igual. No por tener
coloritos y escenas cercanas al espíritu LSD sesentero me gusta
más. De hecho, menos me gusta por ello. Me sobra todo eso, pero
tampoco me molesta especialmente. Igual que el protagonista, de
complexión física demasiado fuerte para lo débil
que debería ser su personaje. Tengo una especial
predilección por las novelas de Abe. Escritor que debería
ser puesto a la altura de los grandes del siglo XX (en el sutil campo
al que pertenecen Kafka o Rulfo). Escritores que se encontraron un buen
día con un folio en blanco delante, y empezaron. Abe iba para
médico, y además nació en Manchuria, hecho que le
hermana con Ballard mucho más de lo que podría parecer.
Ballard establecería sus ambiciones y sueños en
imágenes de aviones, con pilotos perdidos en algún lugar
del mundo; Abe hará lo mismo con personajes igual o más
perdidos, pero que no llegan ni siquiera a despegar. “A Ruined
Map” es una novela que tiene su origen en uno de mis relatos
cortos favoritos: “Beyond The Curve”, escrito años
antes, y que forma parte de una recopilación que ni siquiera ha
sido reeditada en inglés en Japón, y que es imposible de
conseguir en castellano a día de hoy. Pasto de lugares como
amazon. En fin. El relato recoge la idea fundamental de la novela, y de
la película: un hombre que por más que lo intenta es
incapaz de regresar a su casa. No puede, aunque sabe de sobra que
está cerca, que ha pasado por esa curva una y mil veces. En la
novela Abe añade una trama detectivesca, a veces conseguida,
otras se deja llevar por un confusionismo un poco irritante. Entonces
llega Teshigahara y rueda con la ayuda de Abe una película
(entre otras en las que colaboraron los dos) que a ratos roza la
maestria, y a ratos desaparece. Las escenas de peleas entre grupos de
obreros son un buen ejemplo de adaptación, o las de la
cafetería de las cerillas. Los planos generales de la ciudad son
bellos y hablan por sí solos. Hubo un parón de unos diez
minutos en la proyección, debido a un cambio de rollos y un
problema de sincronización de subtítulos. Mal asunto para
mi película estrella del festival.
Inugamike no
ichizoku (The
Inugami Clan)
1976, color, Kadokawa Haruki Jimusho, 146´
Director: Kon Ichikawa
Novela y guión: Shinya Hidaka
Mizoguchi llevó el drama por excelencia de la región de
Kantou, “La señora de Musashino” , al cine; Ozu se
bajó hasta las islas Yakushima para rodar sus “flotantes
nubes”, originarias de la escritora Fumiko Hayashi. Hidaka se
establece en Kyushu, isla también del sur, para narrar su
historia de campo, feudalismo y lucha de poder. La pequeña
Shikoku también es pasto de dramas rurales. En fin, yo no he
leído la novela de Hidaka, tremendamente popular, al parecer
incluso entre las hordas de yankis que invaden el país. La
primera versión de Inugami que vi es de Masato Harada,
hombrecillo al que han colocado este año en el jurado del
Festival. Versión no se si más libre que la de Ichikawa,
pero creo que menos formalista y más dinámica, sobre todo
por la incursión de Harada en el terreno sobrenatural. Sin
embargo, en la versión de Ichikawa, todo lo que sucede tiene una
explicación racional. Como experiencia cinéfila, las dos
las pongo al mismo nivel. Cada una con sus puntos a favor. La
versión de 1976 se hace un poco larga, y por ser tan formal, y
mostrar el formalismo típicamente japonés, hay que
tomársela con calma. A cambio de esto, Ichikawa recoge en
pantalla todo un catálogo de símbolos y escenarios
japoneses que pueden hacer las delicias de cualquier interesado en la
cultura japonesa, sea de refilón, o seriamente. Yo destaco sobre
todo los kimonos de las actrices, y la casa del clan. Todo en la
película huele a rancio, a viejo, a podredumbre, a
traición. Se respira el carácter verdadero del bushido
adaptado al ambiente rural de la época Taisho. La propia
historia que transcurre en la película es por supuesto lo de
menos. Las rencillas entre hermanas (la menor de las tres mayores de un
atractivo puramente sexual innegable), las disputas de poder entre la
policía, el hermano venido de la guerra, etc… En resumen,
película clásica a disfrutar tras un buen café,
con el espectador dispuesto al coloquio posterior, para rematar la
tarde o noche.
Karakkaze yaro
(Afraid to Die)
1960, color, Daiei, 96´
Director: Yasuzo Masumura
Película que cuenta con la presencia de Yukio Mishima y Ayako
Wakao. Dos buenas razones para verla. Mishima sale en pantalla mucho
más patético que en esas otras fotos del final de su
vida, con espada en mano, hachimaki en la frente, y ese torso desnudo e
hinchado de músculos. Actuación tirando hacia lo gracioso
del escritor, cumpliendo con su labor y con su particular
fantasía fascista, en la que él mismo tiene miedo a
morir. La película, sin embargo, está bien rodada, y el
guión es decente. El comienzo en la cárcel es digno de
recordarse, así como las sugeridas escenas de homosexualidad de
Mishima con su amigo y compañero de negocios. También en
las que Mishima arremete a bofetazos contra la señorita Wakao,
que se enamora perdidamente de él, a pesar de soportar el
malsano trato que le da su amado.
La estética de la cazadora de cuero del chulo Mishima se ve
suplantada por un horrible traje blanco en las escenas finales, en las
que un matón de Sapporo acaba con él.
Ankokugai
no
taiketsu (The Last Gunfight)
1960, color, Toho, 95´
Director: Kihachi Okamoto
Okamoto, al que creo que hace poco se le hizo
una retrospectiva en la Filmoteca de Catalunya, rueda una
película de acción. Nada más. De la que no se
puede destacar nada en concreto. Historia puesta al servicio de Toshiro
Mifune, que cumple en su papel de papá japonés
policía.
Koruto wa ore
no pasupoto (A Colt Is My Passport)
1967, color, Nikkatsu, 84´
Director: Takashi Nomura
Corta pero efectiva película. Un asesino a sueldo cumple su
objetivo de asesinar a un jefazo de banda. Rodaje concienzudo de la
primera parte de la película. Él y su colega se dirigen
al aeropuerto, con el deber cumplido, y el maletín recogido. Sin
embargo, el avión de Air France, símbolo de una salida
definitiva del país para estos dos hombres, y para tantos
japoneses de la época, se les escapa. Se abre la veda, y muchos
hombres van tras ellos. Se refugian en una posada de currantes del mar,
en la que el protagonista enamora a la camarera. Todo sale mal
finalmente para ellos dos, aunque el “anniki” logra huir a
Corea a pesar de querer quedarse en tierra. El eterno esfuerzo que
cuesta dejar la patria querida, aunque ésta huela a peligro de
muerte. El final es casi de apoteosis de western leoniano. De hecho, la
película es un spaghetti adaptado a las urbanizaciones de Tokyo
en su primera parte, y más tarde, a escenarios de puertos,
barcos mercantes, y maleantes de posadas marineras. Curiosa, con fuerza
narrativa, con sus propias concesiones, pero sin excesos.
Película a recomendar de todas todas.
Hakuchu
no buraikan (Greed
in Broad Daylight)
1961, color, Toei Tokyo, 82´
Director: Kinji Fukasaku
Primera película, al menos de corte “yakuza”, que
rodó Fukasaku, el gran director del género. Un coreano,
un japonés, un negro (americano), una pareja de yankis descritos
tal y como son ellos verdaderamente a cierto nivel del consciente
colectivo mundial, él ávido de dinero, ella de carne
humana, y añadida una prostituta de color de piel indefinido, se
unen con el objetivo de robar dinero a una organización
criminal. Este planteamiento, tan valiente como realista, puede sugerir
ya en su época el futuro cinematográfico de Fukasaku. La
película sufre de actuaciones pobres, bastante patéticas
sobre todo en el caso de los actores extranjeros, y además la
historia en sí misma tampoco es demasiado atractiva.
Película que sirve para reflexionar más que para dejarse
llevar por sus imágenes. Al parecer en 1961 gente como Fukasaku
tenía las ideas más claras, y además, podía
transmitirlas a la pantalla. Hoy en día, rodar una
película con la misma intención de romper moldes, con la
misma índole crítica e irónica, tiene que ser,
desgraciadamente, mucho más difícil. Así pues,
estamos junto con esta película, en el nacimiento de una
época dorada del cine japonés, en la que la creatividad y
un cierto sentido de verdad moral añadida, se juntaban con
toneladas de entretenimiento.
Chuji
tabi nikki: Goyo hen (A Diary of
Chuji's Travels)
1927, blanco y negro, muda, Nikkatsu, 95´
Director: Daisuke Itô
Parte conservada del rodaje de una serie de aventuras de una especie de
ronin escapado, que busca la justicia por su mano. Su misma banda le
traiciona al principio, intentando robar al daimyo que cobija a Chuji y
a cierto y misterioso niño que le acompaña. Las aventuras
se desarrollan con una velocidad sorprendente, y desde el principio me
sentí atrapado por el ritmo y por la factura de la
película. Una de las películas obligatorias de todo el
Festival en su conjunto. La buena noticia: su mudez y antigüedad
dispersaron al público hacia otras salas. Misterios de la
modernidad. Muestra de que el poder del cine ya se había
instalado en Japón de la época Taisho, justo al final,
antes de todos los tumultos que llevarían al desastre al
país. Documento histórico, y entretenido, al que las
apreciaciones de valor del público general Occidental sobre lo
japonés le entran por un oído y le salen por el otro.
Bakuchi-uchi:
socho tobaku (Big Time Gambling Boss)
1968, color, Toei, 95´
Director: Kosaku Yamashita
Una de las películas cumbre del género
“yakuza” en general, del “ninkyo eiga” en
particular, según los críticos. Aparte de denominaciones
sólo aptas para estudiosos del cine, no para estudiosos del
idioma precisamente, lo dejo todo en que esta película, como
tal, es un clásico, nada más. Director no demasiado
conocido, acoge perfectamente en su trabajo a Koji Tsuruta, mercenario
de la cámara tal como Tatsuya Nakadai. En este caso, su papel de
yakuza aspirante a poner orden en el clan, a la vez que tiene que
cuidar la amistad de los suyos, y el amor a su esposa. El desarrollo de
la película se sigue con muchísima atención, casi
sin dar tiempo a parpadear. La tragedia se va cerniendo poco a poco
sobre todo el clan. Por encima de este sobrevuela una oscura e
intrigante organización (seguro que seudónima del propio
gobierno japonés), dispuesta a llevar los sucios negocios de la
yakuza más allá de las islas. Versión formal,
“a la Ichikawa” , bella y disfrutable, de lo que son este
tipo de películas. Apta para todos los públicos.
Añoranza para los japoneses, descubrimiento para nosotros. Un
placer. Sala llena, sin embargo. Vaya.
Yakuza [893]
gurentai (The 893
Gang)
1966, color, Toei Tokyo, 89´
Director: Sadao Nakajima
Con esta película, comenzó mi propia trilogía de
cine japonés del día 23. Las últimas de mi lote.
Apoteósica jornada. La banda 893 actúa en el centro de
Kyoto. Su taxi pirata del comienzo que lleva a los clientes desde la
estación central hasta el Kinkakuji o a Kawaramachi. Comienzo
fresco y con mucho enganche. Pequeñas peleas, timos, estafas,
robos, les lleva a los chavales hasta la violación en grupo y al
contacto con la yakuza de verdad, contra la que no pueden luchar. Si se
hacen con un botín importante, ésta siempre aparece en
escena para llevárselo todo. Retrato de una época
económica difícil, en la que aún el ciudadano
medio conservaba ingenuidad, confianza y apego a un futuro mejor. Estos
chavales demuestran al espectador que el día a día no era
tan fácil. Final de película, con un toque de humor
añadido, que supone el cierre de una etapa en la vida de los
miembros de este pequeño grupo de jóvenes, que no saben
hacer otra cosa que ganarse la vida sin trabajar. El director,
aprovechándose del perfil de película
“yakuza”, retrata realmente una situación general
que afecta a la juventud de todo el país. A esa parte de la
juventud que sabía ya que el camino hacia la oficina desde la
universidad no era precisamente algo atractivo. Era una condena que no
estaban dispuestos a cumplir.
Minagoroshi no
reika (I, The Executioner)
1968, blanco y negro, Shochiku Kinema Kenkyû-jo, 90´
Director: Tai Kato
Película más de “Semana de Terror” que de
Festival, sorpresa agradable, por la sencilla razón de que
pertenece a ese género de cine japonés en el que siempre
hay un personaje dispuesto a conseguir algo que a nadie más se
le hubiera ocurrido en otra parte del mundo. ¿Cómo se
llaman este tipo de películas? ¿No hay nombre aún?
Dos personas procedentes de Hokkaido (isla del Norte, de la que
proceden los personajes más raros de todo el ciclo,
incluído el asesino de Mishima) viven en la gran ciudad. Uno,
obrero de la construcción. Otro, un jóven repartidor de
una lavandería. De nada se conocen. Hasta que llega un
día en el que el jóven se suicida. Cinco hostesses,
animadores sociales de la noche japonesa, han abusado de él. A
partir de ese momento, el obrero toma como objetivo eliminar una por
una a las cinco jóvenes. Escenas de una violencia subida de tono
para la época, en las que el blanco y negro juega a favor,
rodadas con coraje y valentía, sin prejuicios mayores.
Película que a veces tira hacia la vertiente documental. Se
trata de describir unos hechos, que el público es consciente de
que van a ocurrir. Finalmente, el asesino se enamora de la atractiva (y
asesina también) camarera del típico restaurante
japonés donde come compulsivamente todos los días
katsudon. Queda en verse con ella en un amanecer que nunca
llegará para él. Cumple con su objetivo, y éste
con él. Imprescindible.
Yajû
shisubeshi (The Beast to Die)
1980, color, Toei Tokyo, 119´
Director: Toru Murakawa
Novela: Haruhiko Oyabu
Última película de mi particular
ciclo. Con tendencias a la obra maestra por su disposición e
intención. Extraña, evocadora, diferente, también
incluso dentro de lo que es el cine japonés al que me
había acostumbrado esos días. Seguramente producto de los
años 80, en los que las auto-concesiones de autor casi nunca
funcionaban, pero cuando lo hacían, estábamos ante algo
que realmente valía la pena. En este caso, funcionan casi
siempre. Un tipo con pinta de ser educado, y sobre todo sensible,
esconde detrás de su fachada un fuerte trauma, que no se
descubrirá hasta pasados unos cuantos minutos. No he
leído la novela, y no se hasta qué punto la
película se basa en ella. El director de todas maneras construye
un mundo muy particular alrededor de este personaje. Minucioso, asesino
a sangre fría, sin ningún tipo de escrúpulo, sin
conciencia, poco a poco entabla relación con un camarero al que
despiden por pelearse con la clientela. Escena esta a enseñar en
todas las escuelas públicas japonesas. Insuperable. Otra escena,
metida ya de lleno en el campo del surrealismo supremo, acoge al
ex-camarero observando el espectáculo de flamenco que le ofrece
su novia, con la que acaba de un disparo certero. Sublime. Los dos
hombres, a cada cual más desequilibrado mentalmente, planean un
robo. Comienza una serie de escenas en la oficina de un banco que son
también de obligada visión en cualquier escuela de cine.
Podría sobrar algo de metraje, y sobre todo el añadido
estético final, que tampoco hoy en día sorprende ni
apetece ver. En resumen, gran película en cuanto a curiosa y
extraña, digna de verse al salir del trabajo. Mejor si es de un
banco o caja.
Gran experiencia aquellos días en San
Sebastián. Con las 12 películas, a excepción de la
de Okamoto, me quedé con un gran sabor de boca. Una suerte
acudir a este tipo de ciclos. Afortunadamente, la tendencia festivalera
es apoyar este tipo de proyecciones, pues todos sabemos que a falta de
calidad, y añadido el efecto de Internet (por el que ya nadie es
capaz de estrenar una película a nivel mundial sin que alguien
antes distribuya copias piratas), lo mejor es acudir al pasado de este
arte.