16 de Febrero de 2006


La Máscara Va Por Dentro


Kobo (nombre) Abe (apellido). Abe Kobo (1924-1993)


Tenía una vieja cuenta pendiente con este hombre.

Allá por Mayo del año pasado leí una novela suya, "Moetsukita chizu", 1967 (A Ruined Map).

La historia de un mediano detective que se pone a buscar a un hombre desaparecido en Tokyo con las mínimas pistas de una caja de cerillas y unas vagas indicaciones de la esposa de éste. Lo que se cuenta es el proceso por el que el detective toma consciencia de que se está buscando a él mismo a través de la búsqueda de alguien. ¿O era él el mismo desaparecido del principio? Su búsqueda se convertirá en una pérdida. El detective termina por perderse él también. Una mañana como otra cualquiera se ve succionado a través de una tapa de alcantarilla. Y adiós. Se lo come Tokyo.

Ahora acabo de leer su "Tanin no kao", 1964, (The Face Of Another).

No es fácil leer a Abe. Aparte de las lógicas molestias de comprensión al leerle en inglés, su estilo es muy denso y sin propósitos de hacer la lectura fácil. Prácticamente no existen los diálogos, y la narración en forma de monólogo a veces parece que está escrita para irritar al lector. Algunos párrafos pueden dar la sensación de que se está leyendo el diario de alguien que quiere decir algo y no dice nada, en una repetición de ideas confusas. Especialmente en esta segunda novela suya que he leido, donde introduce términos ciéntificos, lenguaje de laboratorio y hasta una especie de estadística que describe en porcentaje los posibles sentimientos del protagonista.

Como se dice en algunos sitios, Abe está considerado el Kafka japonés. No es difícil hacer la comparación, teniendo en cuenta que Abe admiraba a Kafka, eran dos escritores originales, complicados y los dos encararon problemas parecidos, cada uno a su manera. Abe pasó buena parte de su juventud en Manchuria, alejado de los fuertes brazos culturales que sujetan a todo japonés en cuanto nace. Y quizás luego, cuando en 1946 volvió definitivamente a Japón, nunca sintió que perteneciera especialmente a ningún sitio del país y menos a Tokyo. Algo de todo esto hay en Kafka también, con los jaleos que tenía el pobre hombre entre Praga, Alemania y su religión judía.

La comparación de Abe con Kafka si no es exacta al menos la veo más pura que la de Haruki (Murakami) con Franz. No es que quiera criticar a Murakami, pero cuando veo librerías infestadas con sus traducciones al inglés, de un tipo que se vale de haber nacido en 1949, y haber por lo tanto probado ya la sopa de miso de la que escribía el otro día... pues... no. Franz y Kobo no llegaron a probar la sopa. Murakami, sí. Y juega con ello y con otras cosas. Kobo y Franz nunca jugaron.

Esto último lo digo desde sólo un cierto punto de vista. No le voy a quitar méritos a Haruki. Nada más.



Abe Kobo
Abe Kobo (1924-1993)



"Tanin no kao" es una novela que trata de máscaras y de rostros.
Es en realidad un largo análisis, lleno de ideas y argumentaciones, de lo que supone hoy en día tener un rostro; y por supuesto, de todas las variedades de máscaras que usamos todos y cada uno de nosotros según dónde, cómo, cuándo, etc,etc...

La novela se abre con un misterioso mini-prólogo en el que el narrador le está escribiendo a una persona muy concreta, indicándole que lea los tres libros de notas, redactados en forma de diario, a su vez con notas intercaladas que son posteriores, que le ha dejado a su disposición en cierta habitación. Uno negro, otro blanco y otro gris.

Nos vamos enterando de que un hombre que trabaja en un laboratorio ha tenido un accidente manejando oxígeno congelado, por el que su cara ha quedado desfigurada, con quemaduras horribles, que debe ocultar con vendajes a toda costa.
Gracias a su tipo de trabajo, se ve capaz de construirse el mismo una máscara tal que le permita pasar por alguien con un rostro normal.

En esta primera parte, analiza la importancia que hoy en día tiene el rostro de una persona.

[a partir de aquí, traduzco a mi manera las ideas que van apareciendo en el libro, y que no son mías, por supuesto]

Psicológicamente, en gran medida nuestro ego se ve validado sólo a través de los ojos de los demás. El rostro es como una autopista de comunicación que acaba en el rostro de otra persona. Si ésta está bloqueada por el suficiente tiempo, uno se olvida de que existe, y adquiere una expresión de imbécil o de loco.

El protagonista vive en un infierno en el que existe un bloqueo que él no desea. Poco a poco nos vamos enterando de que a quien van dirigidos todos los libros de notas es a su esposa, con la que todavía vive. Ambos conscientes de que ahora algo les separa.
Un día le contará a ésta cómo se metió en un cine simplemente por la búsqueda de oscuridad y sensación de evasión en ella. Pero no le cuenta de qué iba la película.

Abe escribe largo y tendido sobre tipos de rostro, y sobre las personalidades que puede haber detrás de ellos.

Reflexiona sobre la moda, la producción en masa de ropas que pretenden ser originales, cuando no son sino una vuelta al uniforme.
Para fabricar la máscara necesita una muestra real de piel. Se piensa bien a quien acudir. En un restaurante de unos grandes almacenes (famosos por el menú de soledad que ofrecen) encontrará a un tipo lo suficientemente atractivo quien aceptará dejar cortarse algo de piel por dinero. Irá a una exposición de máscaras de Noh, donde piensa que no son sino calaveras y por qué los primeros artesanos de máscaras Noh terminaron diseñando calaveras. Se supone que por intentar expresar algo en un sentido negativo. Porque con cualquier máscara ordinaria lo que se quiere es enfatizar un aspecto positivo.

Tras interminables detalles, por fin, termina la máscara. Viaja solo durante unos días a Osaka, donde realiza las últimas pruebas. No consigue huir de la soledad, pero adopta el papel del ermitaño que busca la soledad para ser feliz. Con la química nuclear avanzada como su Dios, la reología [ciencia que estudia la deformación de sustancias líquidas y sólidas] como su pastor y el laboratorio como su monasterio.

Las sensaciones que tiene cuando se pone la nueva máscara son de que ésta le influye, le trastoca su personalidad. Es él y ella. Se siente liberado. Se siente dispuesto a restaurar la autopista que ha sido bloqueada con su mujer.

Escribe sobre lo que hace tiempo se consideraba un ciudadano o compatriota y en contraposición, un enemigo. Hoy en día, hasta en un simple autobús todos son considerados enemigos de uno mismo. O por lo menos casi todos. Ahora, encontrar un ciudadano es como encontrar una aguja en un pajar. Del concepto de "Todos somos hermanos", ¿no sería mejor reconciliarse uno con el hecho de que los demás son enemigos y abandonar tales esperanzas? ¿No sería más seguro darse prisa y producir antícuerpos contra la soledad?

Reflexiona que su caso no es excepcional. A todos los hombres les pasa lo mismo. De alguna manera u otra todos sienten soledad. Él es una especie de paradigma que, sin embargo, debe resguardarse en una habitación.

Imagina un nuevo mundo. Multiplicación de máscaras por doquier. Marido y mujer prometiéndose no ponerse máscaras para disimular y poder seguir viviendo juntos. La policía y los jefes pinchando en la cara de cada uno para comprobar que realmente sale sangre y no hay engaño.

[Recuerdo ahora algo que me dijo alguien japonés: si bien muchos japoneses se suicidan, son muchos más los que se abren de alguna manera las venas de las muñecas para comprobar que de verdad tienen sangre por dentro y que son seres humanos.]

Con su nueva máscara es capaz de ir a un bar. Emborracharse copiosamente. Consciente de su poder de seducción. Reflexiona sobre la libertad, sobre usar la máscara a máxima potencia. Se plantea el crimen, el fuego, el robo, analiza las necesidades humanas básicas, el comer, el dormir, las fisiológicas, la sed, la posesión, la huída, el tiempo libre, el alcohol, el tabaco, las drogas, el suicidio, el deseo por trabajar y el deseo por ser famoso.

Y surge con fuerza mayúscula e imparable el eros, en la novela, por supuesto. El mismísimo objeto de sus planes adheridos a la máscara es el capricho erótico, el deseo sexual. Y curiosamente, se dice él mismo, el respeto por uno mismo es de lo más compatible con la verguenza.

Siendo él el paradigma de hombre solo en la sociedad moderna, el ansia sexual es también común a todos. Es lo que siempre está detrás, al final, cuando se consigue la libertad que le proporciona a uno la máscara adecuada.

Vuelve a Tokyo. E irá a encontrarse con su esposa. Se sentirá traicionado. Pues ella se deja seducir de la manera más fácil. Tomarán un café. Cenarán. Ella le dirá que su marido está de viaje de negocios. E irán a un hotel barato. Sin quitarse la máscara, tiene consciencia de estar violando a su propia esposa. Se sentirá encogido.

¡Qué fácil! Apenas en 5 horas, la había violado sin que ella mostrase la más mínima resistencia. Sin embargo él no se descubre. Tampoco la mata. Se pregunta en qué estaba pensando ella al dejarse seducir de esa manera. No entiende la seguridad en el actuar de su esposa a la hora de fornicar tan sencillamente con un desconocido. No había lujuria, porque ella habría flirteado algo más. Sin ceremonias. Con la misma seriedad desde el principio hasta el final. ¿Qué pasa por dentro de ella? Y se dice que volverse a poner en la misma situación no sería nada más que su propia destrucción.

Tras esta experiencia, vuelve a su trabajo, a su laboratorio. En la cotidianeidad encuentra algún consuelo. Es cuando en realidad escribe los libros de notas, y le comunica a su esposa que debe leerlo todo.

Volvemos al principio. Ese mini-prólogo. Ahora es cuando ella debe haber leído todas las confesiones de su marido.

Y cuando éste vuelve a esa habitación misteriosa, ella ya no está. Sólo encuentra una carta suya, donde le escribe que ella desde el principio le había reconocido en su vuelta a Tokyo. Había bebido café con él, había cenado con él y había ido al hotel con él, porque sabía que era él.

Por supuesto que él se sorprende al leer esto. Y que el matrimonio está terminado. Añade en sus libros de notas, que por mucho que sugiriera en ellos que su objetivo era el deseo sexual, en realidad, no llegó a pasar a la acción. Sólo con ella. Y cuenta la película que vio aquel día que
se sintió bien acogido en la oscuridad del cine.

Una chica con la cara desfigurada que antes de suicidarse le pide a su hermano que la bese. Sólo para romper el tabú.
Justo lo que no consiguió hacer su esposa. A la que quizás asesine a partir de ahora.

Pero aquí es donde se acaba la novela.

Tanin No Kao Foto Fementido
Como si fuera una máscara superpuesta, detrás aparece de nuevo el título, y vagamente el nombre de Kobo Abe


He intentado plasmar aquí algo de lo que se cuenta en la novela. Intentarlo explicar sería algo que va más allá de mis posibilidades.

El mundo que crea Abe es cerrado. Mientras se está en él, se entiende, se puede agarrar de alguna manera el significado de todo el universo que crea, y las consecuencias que intenta describir. Pero una vez que se sale, como de las novelas de Kafka, se deja de lado, o mejor dicho, se tiene que dejar de lado, porque no podemos permitirnos analizar la realidad constantemente. Deja buen sabor de boca, pero hay que comer otro plato.

¡Que aproveche!



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31 de Mayo de 2006    A Contrapelo (I y II)


Otra de las películas japonesas que he visto a contra pelo (sin ningún subtítulo) últimamente, es esta cuasi-obra maestra del director Hiroshi Teshigahara.

La llamo cuasi-obra maestra, porque obviamente, no pude entender buena parte de los diálogos.
Lo que me salvó una vez más fue el haber leído antes la novela en la que se basa la película, de la que ya hablé aquí (más arriba).

La película es de 1966, cuyo protagonista es ese actor que en estos momentos mueve todos los hilos del convento: Tatsuya Nakadai. Y la protagonista, Kyo Machiko, atractivísima actriz donde las haya (la que fue violada en Rashomon, y la que hace de excitante fantasma en los cuentos de la luna pálida), con unos años de más, pero haciendo el papel de ama de casa a la que todos nos gustaría darle clases particulares.

Un bravo intento de hacer cine anti-convencional, película donde los decorados, la música y los modernos efectos con la imagen hacen de ella un experimento de lo más recomendable. Lástima de subtítulos. Y de VHS. Una vez más, en el Tsutaya solo se preocupan por renovar el cine que vale la pena, y dejan que se pudran las cintas de vídeo de este tipo de cine japonés que supongo no interesa demasiado a la chavalería de Dotonbori.

No quiero escribir demasiado sobre la película, que debe ser un descubrimiento para el espectador. Y la novela, por supuesto, cuadrilla de vagos.

Dejo aquí algunos fotogramas,

Tanin No Kao Foto Fementido
¿Quién soy?


Tanin No kao Foto Fementido
Sé buena otra vez conmigo


Tanin No Kao Foto Fementido
¡Mira cómo enmascaran la ciudad!


Tanin No Kao Foto Fementido
Los zombies, ¿son ellos, o nosotros?




Escribía yo de traductores el otro día, y acabé defendiéndoles. Lo que no me gusta de tales personajes es que ellos defiendan a su amado escritor traducido como si fuera el mejor, y creo que es por esto, que escribí sobre ellos, saliéndome al final, hasta yo me sorprendí, una apología del traductor. Que se la merece, no hay duda.

Esta vez el traducido se trataba de Ooka Shohei (1909-1988). Un tipo que fue primero traductor, luego soldado del Imperio y por último, escritor; apasionado de las letras francesas, especialmente de Stendhal. Sinceramente, tras estar viviendo unos años en Japón, ¿quién es ya capaz de leer las intrigas de gente como Stendhal o Balzac? Se pueden salvar a muchos escritores franceses, pero estos dos en concreto...

La novela que he leído es "Musashino Fujin" traducido por Fementido al castellano como "La señora Musashino". El traductor oficial, a quien no vamos a nombrar, la titula en inglés como "A Wife In Musashino", y no se qué razones da en su postdata a la traducción para cambiar el título de esta manera tan sangrante.

Será, sin forzar mucho la memoria, la peor novela japonesa que he leído hasta la fecha, o por lo menos, la que más antipática se me ha hecho al leerla.
La razón fundamental es que Ooka fue soldado antes que escritor, y de los que sabía al parecer bastante de topografía. Las descripciones que nos hace de los terrenos de Musashino son inútiles además de costosas de leer. ¡Está bien! Lo reconozco, creo que me llegué a saltar algún párrafo y todo... mi inglés no me da para demostraciones de vocabulario topográfico.

[Por supuesto, hay que decir que para un japonés la palabra Musashino es importante. Es como el Yamato del que escribía el otro día. Que a los japoneses se les describiera con pelos y señales cómo después de la guerra seguía existiendo ese trozo de tierra muy cerca de Tokyo era muy importante. Desafortunadamente, no lo es tanto para un lector algo más imparcial].

La segunda razón es que Shohei fue traductor antes que soldado, y me parece que se empapó demasiado de tramas dieciochescas en sus años mozos. Por ello, la que el construye es algo así como demasiado sencilla, un drama de postguerra que se cae por todos los lados. No nos da demasiada información sobre ese Japón del año 1950. Se queda en vagas alusiones al mercado negro. Nada más. ¡Faltaría más! el traductor afirma que esta novela es un documento histórico que describe a la perfección el Japón de la postguerra.

No le voy a quitar más méritos, pero sinceramente, creo que la novela es un intento frustrado de mezclar esa postguerra japonesa con los móviles de un drama al estilo Jane Austen. Y a los japoneses, este tipo de cosas no les sienta nada bien.

Que la señorita Austen me cuente en 400 páginas si A. se casa con X. o Y. me parece genial. O si Z. se acuesta con S. y M. a la vez. ¿Qué tendrá que ver todo esto con la cultura nipona de los años 50? Hablo de la que a una persona con ciertas inquietudes le interesaría, claro, que folletines han existido siempre.

La historia, la de siempre: el cucaracha de turno quiere beneficiarse de la mujer del vecino, siendo ésta algún tipo de cruce entre puta y redomada coqueta.

Me voy a rectificar, y me dejo de razones secundarias: lo peor de la novela es que el autor usa el concepto de "moralidad" para escribir su historia según le conviene. La mujer que no se deja seducir representa la moral del Bushido japonés. No hay duda. La moral del marido que quiere seducir a su vecina es la europea, la que nos enseñaron Stendhal y compañía en sus novelas.

Copio una frase de la novela, que no tiene desperdicio:
It is truly one of the miracles of Western influence on contemporary Japan that this taste for adultery should obliterate [abolir] a husband´s jealousy over the possibility of his own wife´s infedility

Y copio alguna más, que la novela no da para que le dedique tanto tiempo, ¿verdad?:

Her own self-control had been justified. If there had been circumstances under which she could be together with Tsutomu, then she would have given him her own paltry possessions. But such inmoral behaviour could never end well, even in a society that no longer punished adultery.

Indico al lector que fue el héroe Tsutomu quien se abstuvo de tirarse a la señora de Musashino porque le dio pena. La sociedad japonesa no habría protestado si se hubiera consumado el acto. Pero al parecer la culpa sólo es del efecto en el Japón de esa milagrosa influencia europea. Estupendo, señor Ooka.

Y el tipo nos regala esta espléndida frase, que creo que ni el marqués de Sade en sus momentos de mayor excitación podría haber escrito:

A husband who supports his wife has two rights. He has the right to rape her and the right to leave her. These rights are never exercised so long as love remains between husband and wife. But when love is gone, the wife either has to submit or be divorced.

Es esta la voz del narrador, la que está detrás del señor Ooka, no la de ningún personaje.

Pero vamos a fijarnos en uno de los diálogos, en el que participa la señora de Musashino,
Ooka le pone en su boca la siguiente frase,
"Why should I have an opinion? I´m just a woman"

Y como decía antes, al final, el señor Ooka salva la moral de su país, acudiendo a esa solución que tan bien les viene a los japoneses en caso de existir contradicciones que les provoquen pensar más de dos minutos seguidos: el suicidio.

La señora de Musashino visita la tumba de su padre, viejo representante de la tribu de los samurais, y sacrificándose por el auténtico espíritu de Yamato (Musashino), se suicida, dejando en evidencia a todos lo malo que era su marido.

Musashino Foto Fementido
¡No me ha violado! Voy a rezar un poquito


Este fotograma pertenece a la versión cinematográfica que dirigió Kenji Mizoguchi muy poco después de publicarse la novela.

Aquí ya cambian las cosas. Mizoguchi nos cuenta la melodramática historia sin darnos cuenta, de una manera mucho más dinámica y atractiva que en la novela. Se pierden muchos detalles secundarios de ésta, unos pocos que quizás hubiesen valido la pena, pero la gran mayoría no.

Hay un detalle muy importante que diferencia a la película de la novela. En el momento de la muerte, horas después del válido intento de suicidio, Mizoguchi hace que ella y Tsutomu se vean. En la novela no ocurre todo esto, y de hecho, Tsutomu no llega a conocer la noticia cuando se acaba la novela.

Como siempre, Mizoguchi aprovecha (una mala novela en este caso) para darnos otra de sus descripciones de la mujer japonesa de los años cincuenta. Su labor creo que es mucho más meritoria que la del escritor en este caso, quien ha querido justificar todo como ha podido. Mizoguchi pone la cámara, y nos deja ver qué es lo que pasa. Nada más.

Gothic Musashino Foto Fementido
Imagen se diría salida de un drama gótico, en la que Tsutomu deberá seguir viviendo sin ella




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24 de Septiembre de 2006                     Más Allá De La Esquina



Hoy hablo algo del Rey Tins o ratings. Ríase usted bien alto de esta absurda monarquía del tal Tins. Hasta la coronilla de este sistema fascista, más que monárquico.

Sinceramente, es un sistema tan cerrado, ... de 1 a 10. Y para de contar. ¿Qué hago yo puntuando un libro con un 10, si nadie se lo va a leer? ¿Y si le pongo un 1? Quizás los buitres que rebuscan en la basura, ¿acaso lo leerán? No lo creo. ¡Abajo pues el Rey Tins! 

¿Y qué decir del extenso (relativamente) catálogo de adjetivos con el que nos regalan las contraportadas de casi todos los libros? Tema que por cierto el otro día salió a colación en una pequeña tertulia informal, más allá de los contubernios laborales, con el Santo Pater y otros monjes de alta potestad.

Expresiones como: superb, ...one of the most significant..., ingenious, el sobadísimo wonderful, full of flavour, gem, will stand on their own, notable book of the year, stunning, memorable, provocative...

Sólo éstas aparecen en la contraportada del libro del que voy a hablar. Como podrían haber aparecido en cualquier novela de Stephen King (con todos mis respetos para el Rey Esteban). Y no tengo ganas ahora de ir al diccionario a buscar más. ¡¡¡¡Ya vale!!!!

Señores editores, dedíquense a pagar más dinero a los traductores, y no pierdan tanto el tiempo rompiéndose la cabeza intentando buscar adjetivos que ya han perdido todo su sentido.



The Beyond Foto Fementido
¿A que ya se conocen el nombre? ¿A que siguen sin leer nada del señor Abe?



Tercera entrada que le dedico a este escritor.

Hoy tengo que hablar de una pequeña recopilación de 12 relatos suyos.

No puedo hablar de todos, por falta de energía vital, y porque a ese posible lector le puedo hacer mal servicio contándole más detalles de los precisos.

Doy unos pequeños retazos, ideas planteadas aquí, que Abe lleva al éxtasis intelectual.

La aparición repentina de muertos, o intrusos en nuestro propio zulo; desdoblamientos de personalidad; metamorfosis con las que disfrutaría el mismo Kafka; vidas de poetas, de pobres, de marginados; nuevas lecturas de los evangelios; ciencia ficción llegada de Marte; duelos entre la inteligencia y la locura; la más formidable apuesta de la que he oído hablar nunca, y por último, Beyond The Curve, que le da título a la recopilación, y que en realidad, es un resumen de la idea que más tarde desarrollará en la aquí algo comentada novela El mapa arruinado, obra que deberían leerse todos los niños de Tokyo para no perderse en el camino a la escuela. O al menos, sus malditos padres, para que no se pierdan ellos de vuelta a casa.

No puedo reprimirme y escribir algo sobre este último relato. Beyond The Curve.

Uno sale de su casa, va a trabajar, doblando la esquina del bloque de apartamentos en el que vive. Siempre hay una. A la izquierda, o a la derecha. Hace lo que tenga que hacer en su cotidiana vida, y luego vuelve por la noche (o por la mañana) por donde ha salido hace unas horas. Y justo antes de llegar a esa curva, se para. Se detiene, porque no se acuerda de qué hay más allá de la curva. Tiene, o mejor dicho, acaba de tener una imagen de lo más nítida. Hay detrás había una serie de casas. Sí, sí. Y ahora, por mucho que la intente recordar, no va a volver la imagen. De hecho, se olvida de cómo se llama. Hay una barrera, contra la que no puede luchar. No es espacial. Si se subiera a un taxi para que le llevara más allá de la curva, nada físico le impediría llegar allí. La barrera es temporal.
Llega a subirse en el taxi, tras deambular en parajes desconocidos, en ese bar, con esa mujer tan intrigante.
Por fin, ve lo que no pensaba que iba a ver. Más allá de esa curva, la de todos los días, ha perdido la personalidad. Está en un vano temporal del que ya no puede salir.

Al señor Abe no sólo le deberían leer los niños y sus malditos padres, sino en general, todos y cada uno de nosotros.

Yo ya no puedo hacer nada más. Hasta que no lleguen las libro-pastillas, no habrá forma de lograrlo. Y para entonces, ya será tarde, supongo.

Y el Rey Tins se queda como una rata escuchimizada al intentar valorar a Abe de alguna manera.

Y es más, amenazo con empezar ahora mismo otra novela suya.


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